DENOSTAR

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Denostar: cuando el abatir al otro, es solo la punta del iceberg




En el diccionario, “denostar” suena a palabra antigua, de esas que se arrastran con capa y espada desde el latín —denostāre— hasta colarse, con sigilo, en alguna conversación. Pero bajo esa sonoridad vetusta se esconde una realidad tan actual como inquietante: denostar es, simplemente, agredir muchas veces, de forma sutil, con palabras. No es una crítica puntual, ni un comentario desafortunado. Es una embestida verbal cargada de desprecio, una ira afilada que no busca diálogo, sino demolición.

Denostar es el acto de volcar sobre otro lo que uno no puede sostener en su propio interior. Y ahí es donde el lenguaje se convierte en un espejo incómodo: lo que se dice del otro suele ser, en realidad, lo que uno no se atreve a decirse a sí mismo.


No es el otro: soy yo (pero más enojado)

Denostar es un síntoma, no una solución. Un síntoma de emociones no digeridas: frustración que se disfraza de sarcasmo, miedo que se enmascara en burlas, inseguridad que grita para imponerse. No es comunicación: es una fuga. Como una olla a presión sin válvula, el que denosta no dialoga, explota.

Paradójicamente, quien denosta, suele ser quien más necesita comprensión. Pero claro, en vez de pedir ayuda, lanza una granada verbal. Y así, el dolor se recicla en más dolor. Una cadena tan humana como trágica: nos hieren, no sabemos qué hacer con eso, herimos a otros.


El precio de la violencia que no parece violencia

Denostar desgasta. No solo al que lo recibe, que se lleva la bofetada sin manos, sino también al que lo lanza. Vivir en modo ataque permanente no solo contamina relaciones, sino también cuerpos: el estómago se aprieta, el sueño huye, la cabeza duele. Porque el desprecio no es solo una actitud, es algo que también se respira por dentro.

Y aunque algunos disfracen su agresividad de “sinceridad brutal” o “carácter fuerte”, la verdad es menos heroica: muchas veces, denostar es no saber lidiar con uno mismo.


¿Cómo dejar de denostar sin tragarse la rabia?

  1. Nombrar lo que duele. Antes de estallar, preguntarse: ¿Qué siento de verdad? ¿Es bronca o es miedo? ¿Estoy reaccionando a esto, o a todo lo que me viene arrastrando desde hace semanas?

  2. Practicar la pausa. No es zen, es supervivencia emocional. Un par de segundos antes de responder, se pueden evitar incendios innecesarios.

  3. Hablar sin atacar. No hace falta envolver las palabras en papel de regalo, pero sí evitar que sean cuchillos. Hay formas de decir y decir.

  4. Revisarse. Conocer nuestras heridas es incómodo, sí. Pero más incómodo es vivir disparando hacia los otros, sin saber por qué.

  5. Pedir ayuda. Terapia, grupos de apoyo, incluso una charla honesta con alguien de confianza. Porque no siempre se puede solo, y eso no es debilidad: es madurez.


Epílogo sin moraleja, pero con preguntas

Denostar no es simplemente “decir algo feo”. Es hablar desde una herida que no se ve, pero que sangra en cada palabra. Por eso, la próxima vez que alguien te denoste con palabras, quizás no estés frente a un enemigo, sino ante alguien que no sabe cómo sostenerse. Y si eres tú quien siente ese impulso de explotar, pregúntate: ¿Qué parte de mí está pidiendo auxilio a gritos?

Gestionar las emociones no es una utopía de autoayuda: es una forma de libertad. Porque quien se comprende a sí mismo ya no necesita denostar al otro para sentir que existe.

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1 comentario

  1. Excelente artículo! Los “denostadores” seriales abundan, van dejando huellas que para muchos son verdaderas heridas! Felicitaciones a la autora!

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